Mi madre me enseñó a hacer trampas
Trampas para perder
Ganar era tan fácil que lloraba de noche
y no podía conciliar el sueño
Cogidos de la mano me calmaba
relatándome historias que sucedieron luego
La culpa fue mía,
madre me preguntaba
si las quería reales o inventadas,
y yo pedía siempre que le hubieran
sucedido a ella
Y casi sin quererlo
una noche mi madre inventó la realidad
Hormigas.
Sólo hormigas
con enormes ojeras
Seres insignificantes
a quienes salva sólo
su vocación de sombra
El poema que escribo
y más aún
el poema que no alcanzo jamás
Hormigas sin descanso
La barca triste y rota del otoño
Las mujeres que amé, las que me amaron
El jersey que aun me pongo
del revés tantas veces
Hormigas sin remedio
Hormigas con memoria
Los vagones de ayer
y la máquina absurda del mañana
Hormigas avanzando hacia ningún lugar
Y eras tú.
Criatura enamorada
Hormigas transportando
todo el peso del mundo
a tus espaldas
El serbio que destruye un colegio soy yo,
el rwandés que mata a machetazos soy yo,
el terrorista que coloca la bomba soy yo,
el hombre que dispara en un hiper de Texas soy yo,
el judío que bombardea un campo de refugiados soy yo,
el palestino que clama en el desierto soy yo,
el albanés que huye en un barco soy yo,
el marroquí que se ahoga al cruzar el estrecho soy yo,
el guerrillero que aún sueña en El Salvador soy yo,
el bebé somalí que se muere de hambre soy yo,
el médico sin fronteras soy yo,
el general que apunta soy yo,
el empresario que emite residuos radiactivos soy yo,
el enamorado que mata por amor soy yo,
el loco que muere por amor soy yo,
el político sin escrúpulos soy yo,
el funcionario corrupto soy yo,
el funcionario honrado soy yo,
el hombre capaz de lo mejor,
el hombre capaz de lo peor,
el hombre a secas, yo.
Viajo
de Cibeles a Sol,
camino a cualquier sitio, como siempre,
y en mitad de Ruanda,
rodeado por cebras y jirafas
que se estiran aún más en sus carteles
cuando me ven mirar
El Corte Inglés anuncia
con bellezas letales
sus rebajas de infarto
Regreso a sus rodillas
El periódico abierto todavía
por la hueca mirada de esa foto
que me hiela la sangre
Una madre muriéndose en Ruanda
y junto a ella una niña
sin semblante, sin lágrimas
mientras el autobús avanza
camino a cualquier sitio, como siempre,
atrapado en la jungla del horario
Y es curioso de pronto
comenzar a pensar y a preguntarse
de qué tribu serán
las personas de al lado
Hay una rubia tutsie al fondo del pasillo
y una anciana muy hutu
sentada junto a mí,
molestándome a veces con la torpe
incursión de sus brazos
También hay entre todas las personas
seis o siete sencillas de fichar
Encorbatados tutsies
con el gesto grapado a sus disfraces
y a su lado la trama milenaria
de los sufridos hutus de la calle
Pero me dan más miedo el resto de los rostros
Los ojos sin indicios
Las frentes sin señales
¿Serán hutus o tutsies?
¿Serán serbios o croatas?
¿Serán rojos o azules?
¿Serán pan o bocados?
¿Serán el blanco y negro de esta foto
o el festivo color de aquella valla publicitaria?
Regreso a sus rodillas
Tienen razón las chicas del anuncio
Mejor cambiar de bando,
tenderme fijamente
en el cuidado césped de sus faldas,
acribillar mis sueños
con los suaves obuses de sus piernas
disparándose al aire,
alzar el velo oscuro
que a veces me persigue
camino a cualquier parte
Cerrar al fin el diario
Apoyar mis dos manos
-la hutu con que grito,
la tutsie con que amo-
en el tenue respaldo
de los días que pasan
y dejarme llevar por la alegría
de saber que ahora mismo
se celebra en Madrid
La Semana Fantástica
No me beses jamás con los ojos abiertos
y si lo haces
no me lo digas nunca,
yo no quiero saber
que el cuerpo sigue siendo
mientras estoy contigo
este reloj de arena
que envejece,
una playa enfrascada en sus labores
mientras mi encía sangra
océanos de sal
y gaviotas como islas
cuando naufrago en ti
y barco vuelvo
Te amé como se aman
las cosas que no ocurren,
como se pone nombre
a las caricias
y se contagia el don
de la tristeza
una noche cualquiera
buscándote en un bar
donde no estabas,
persiguiendo tu lluvia
por las calles vacías
donde nunca estuviste
y aún me esperas
hambrienta e insaciable, con forma de cuchara,
la pala del amor es una pala extraña, empuja eleva quiebra
engarza engulle, saca abismos de un charco
y una barca en sus redes cuando la hundes en tierra
y aparece de pronto el pez que cava
el túnel del amor, su pala extraña, rompe cruje
derriba inflama enferma, brota luz de los hoyos
más profundos y amontona después el sol hallado
entre las piernas frías de una alcoba
que no sabrá al final si ha sido
habitada o prestada, hueso o huésped,
si hace sombra al partir o quedó el fuego
doblado como ropa sobre el cuerpo desnudo de la silla
donde la intimidad calló mientras la piel hablaba,
la pala del amor es una pala extraña,
todos creen que la estrenan, pero nadie la observa
terca antigua manchada escrita de antemano,
gastada por los puños y oxidada en el hierro
que le da de comer a esa criatura
hambrienta e insaciable, con forma de cuchara
y en los bordes el filo más cortante, la pala del amor,
su saliva de sangre, el hermoso albañil que antes
de empuñarla otra vez
escupió en cada una de sus llagas,
y esta vez sin saberlo eran mis manos